En el límite de la selva amazónica del estado de Pará, en el centro-norte de Brasil, se encuentra la mayor mina de hierro del planeta. De las profundidades de la Mina de Carajás se extraen metales que se encuentran en aparatos y artículos de uso cotidiano en todo el mundo.
La mina de Carajás produce tanta materia prima al año (unos 100 millones de toneladas métricas sólo en 2020) que resulta casi imposible evitar su estampa gris y llena de hollín, brillante y perenne debido a la incesante maquinaria del comercio mundial de larga distancia. Pero, ¿cómo llega tanto hierro desde una mina en medio de la selva hasta un puerto marítimo, donde luego es enviado en forma de acero a los rincones más lejanos del mundo?
La respuesta es un ferrocarril de 88 kilómetros, que se extiende desde la mina, en lo profundo de la selva montañosa, hasta el puerto de Ponta da Madeira, en São Luís, a orillas del océano Atlántico. El tren transporta el mineral en sus vagones metálicos mientras atraviesa la tierra y se eleva sobre los ríos a través de altos caballetes, parando en las plantas de refinería de acero a lo largo del camino.
El Proyecto Gran Carajás, como se conoce a todo el sistema industrial que rodea a la mina y a la vía férrea, y Vale S.A., la empresa minera brasileña encargada de él, se ha enfrentado al escrutinio de organizaciones internacionales de derechos humanos y medioambientales por supuestos abusos y violaciones que han transformado la vida de las numerosas comunidades que se encuentran a su paso.
Algunas casas han sido consideradas estructuralmente inseguras debido al constante estruendo del tren; otras han sido eliminadas para dar paso a la construcción, dejando a la gente internamente desplazada. Incluso varios residentes que cruzan precariamente las vías en lugares donde no hay paso seguro han sido atropellados.
En Piquiá de Baixo, un pueblo especialmente afectado donde se construyeron fábricas de acero en la década de 1980, alrededor del 65% de los miembros de la comunidad sufren ahora problemas respiratorios, según un estudio de 2012 de la Federación Internacional de Derechos Humanos que se citó en un informe de la ONU de 2020 tras la visita del Consejo de Derechos Humanos a la región. Otros han padecido enfermedades oftalmológicas y dermatológicas y quemaduras causadas por los residuos y desechos tóxicos del «arrabio», un producto intermedio de la transformación en acero.
El fotógrafo brasileño Ian Cheibub ha pasado varios meses a lo largo de los últimos tres años siguiendo el ferrocarril y pasando tiempo con estas comunidades a lo largo de las vías. Tomadas originalmente en blanco y negro, las imágenes retratan un mundo transformado por el ferrocarril de carga.