Un día, Teresa Parodi contó al Periodista Musical Argentino Gabriel Plaza, de avezada trayectoria, de dónde le salió la canción «Apurate José», una de las canciones más importantes de su historia.
Teresa Adelina Sellarés, más conocida como Teresa Parodi, es una cantautora argentina de folclore. Cantora, autora y compositora, nació en Corrientes el 30 de diciembre de 1947.
Gabriel Plaza es un periodista musical freelance argentino, crítico y curador musical que mucha experiencia y esto es lo que cuenta sobre la charla con Teresa Parodi y «Apurate José».
Dice Teresa Parodi que estaba de visita en una localidad del interior de Corrientes. Era mediodía y fue a hacer las compras al almacén del pueblo. Entonces escuchó un diálogo que la estremeció, entre una mujer joven y el dueño del local. Ya no se pudo olvidar más de ella ni de su relato descarnado, de cómo se le venía la crecida encima y su marido no se quería ir de la casa. De regreso a la ciudad, la cantante escribió la música y la letra de un solo tirón. Así lo escuchó Teresa. Así se lo escuché a ella.
Esta es la historia que les voy a contar.
A las grandes crecidas del río las anticipa el silencio de la naturaleza. Es un silencio que aturde. Las familias que viven cerca de la costa lo saben. Sacan lo que pueden y rezan a la virgen de Itatí para que la inundación no se los lleve. A Jacinta casi se la lleva el río, como le pasó a la Evarista Luján, que se quedó sola en su rancho esperando al López y no se supo más nada de ella. Todavía está con susto, dice la mujer joven, porque ese río que siempre le da, esta vez casi le quita todo lo que quiere: a sus críos, al José y a la virgencita de madera. El almacenero escucha sin interrumpirla.
Es mediodía en Estación Solari, una adormilada localidad correntina, donde todos se conocen. La Jacinta gesticula, como si estuviera armando de nuevo el atadito con la ropa para irse de la casa lo más rápido posible antes de que llegue la creciente. Su voz fuerte, enjundiosa, mezcla el castellano y el guaraní, como los de la zona. Hay en el relato de la Jacinta un signo trágico que no se calma así nomás, porque estuvieron cerca de que se los llevara el río, porque le decía a su marido, el José, que se fueran y él no quería, porque ese rancho era lo único que tenían y porque además le quiere al río.
El almacenero pregunta que cómo hicieron para salir, que cómo se enteró chamiga de la creciente. Ella responde que Doña Pancha fue la primera que le avisó al amanecer, cuando pasaron con su marido el Frete para el baté, allá donde el monte es más alto, llevando un carro con cosas. Les dijo que se fueran, que el río se venía nomás, que no había tiempo, que se iba a llevar todo. Después pasaron la Eulogia y el cambá Maciel, pero nadie le convencía al José, que se volvía a meter a la casa. Le decía mira cómo la gente se va orillando al pueblo por el tapé, fijate bien que hasta el Jacinto Gómez pasó a buscar a la guaina de él. Hay que ir costeando el camino y salimos, así le trataba de convencer, cuenta la Jacinta.
La Jacinta y el José ya habían pasado otras inundaciones. Las familias vuelven al mismo lugar cuando baja la creciente, rearman sus ranchos y siguen viviendo de la pesca a la orilla del río, pero esta crecida fue la más grande de todas en esa región, o eso es lo que recuerdan sus vecinos. Se venía trayendo árboles, animales, ranchos. No iban a poder volver, dijo el almacenero. Que lo que necesiten, les iba a dar. Ella le pedía a la virgencita de Itatí que la perdone, pero no entendía por qué Dios se había olvidado de los isleños, si todos los viernes rezaba el rosario angá. Igual le siguió rezando para poder salir, para que no les agarre el agua. Le decía al José que se acordara de la otra vez, que a los que no pudieron alcanzar el camino, nadie más los vio. El almacenero escucha el relato desesperado de Jacinta y le pregunta qué hizo entonces. Ella le dijo que siguió insistiendo, repitiendo al José que se fueran, hasta que al final, desde la puerta de la casa y con los críos de la mano, le pegó una puteada bien fuerte en guaraní: Apurá te digo, Añamemby.