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China sufre la peor ola de calor y una sequía devastadora: qué le espera al mundo

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La combinación de altas temperaturas y falta de lluvia causa estragos en gran parte del planeta, una situación que adelanta décadas lo previsto en los modelos de cambio climático

El calor y la sequía nos están golpeando con fuerza este año: olas repetidas y prolongadas con temperaturas récord y pantanos en los niveles más bajos de este siglo dejan un panorama desolador en España a finales del verano. Sin embargo, si echamos un vistazo al mundo, vemos que no somos los únicos afectados ni los que sufren estas condiciones de una forma más dramática. Las imágenes de cauces secos en grandes ríos de Europa y EEUU son reveladoras, pero a medida que pasan las semanas cobra más importancia la situación que vive otra de las grandes economías del mundo. China está padeciendo la ola de calor más larga y sostenida desde que hay registros, y la falta de agua amenaza las cosechas y la generación de energía hidroeléctrica. Las repercusiones se pueden notar en todo el planeta.

De hecho, grandes áreas del mundo están sufriendo a la vez situaciones meteorológicas extremas, así que hasta cierto punto podemos considerar que las olas de calor y la sequía se han convertido en un fenómeno global en este 2022. Incluso en el hemisferio sur el invierno está siendo bastante seco y templado. Este panorama deja muchas preguntas en el aire: ¿es cuestión del cambio climático?, ¿es una mera coincidencia?, ¿hay otras explicaciones? Y, sobre todo, ¿qué mundo nos espera?

¿Qué está pasando en China?

El ejemplo de China es casi aterrador. Amplias zonas del país permanecen en condiciones de ola de calor desde hace casi dos meses y medio, de forma ininterrumpida. Muchas ciudades alcanzan temperaturas por encima de los 40ºC, con sensaciones térmicas de 50ºC, y por las noches no bajan de los 25ºC y los 30ºC, respectivamente. Nunca antes en la historia se han registrado estos valores en una zona tan amplia del país. Para colmo, este año ha llovido un 60% menos de la media. El valle del río Yangtsé, el más largo y caudaloso de Asia, sufre especialmente las consecuencias. Según informan los medios chinos, 66 ríos se han secado en esta cuenca.

El suministro de agua potable a la población rural, el riego agrícola y el abastecimiento para el ganado ya se están viendo afectados. Sin embargo, las consecuencias van mucho más allá porque el bajo caudal impide que las centrales hidroeléctricas produzcan energía suficiente, de manera que hay apagones en algunas ciudades y parte de la industria ya está paralizada por los cortes de luz. En un país con medidas aún muy restrictivas por el covid, parece que todos los factores posibles se están uniendo para perjudicar la economía; y ya sabemos que las parálisis en China repercuten en todo el mundo.

Ola de calor en China. (EFE)

La situación es tan grave que están empleando aviones y drones para rociar las nubes con yoduro de plata y provocar la lluvia. La idea es formar partículas de agua para que precipiten, una técnica que se conoce desde la década de 1940, pero que resulta muy poco eficaz. Además, se trata de un componente tóxico que puede tener graves consecuencias para la salud y para el medio ambiente. Aunque apenas ofrezca resultados, el hecho de que los chinos recurran a este método da idea de su grado de desesperación.

El resto del mundo no es tan diferente

No obstante, en gran parte del mundo ocurre más o menos lo mismo. Ya se han hecho famosas las llamadas ‘piedras del hambre’ de Europa central, inscripciones en las rocas de los ríos que sirven de marcadores del nivel de las aguas y que quedan al descubierto cuando el caudal es muy bajo y no se puede navegar por ellos. «Si me ves, llora», dice un mensaje que en condiciones normales debiera estar sumergido en Děčín (República Checa), aludiendo a que la falta de agua era sinónimo de grandes dificultades para sobrevivir entre los siglos XV y XIX, cuando fueron realizadas este tipo de inscripciones. Según el Observatorio Europeo de la Sequía, los ríos europeos acumulan, de media, una anomalía negativa del 27%.

Dominic Royé, investigador de la Universidad de Santiago de Compostela, ha recopilado datos de todo el mundo en un mapamundi muy significativo que muestra cómo el 58% de los ríos del mundo lleva menos caudal del normal entre junio y agosto de 2022. «A nivel global, tenemos tres zonas preocupantes», asegura en declaraciones a Teknautas, «la zona oeste de EEUU, Europa y China». No obstante, amplias zonas de Sudamérica también tienen caudales extremadamente bajos en pleno invierno, unidos a temperaturas inusualmente altas para estos meses. África tampoco se libra. En particular, en Kenia, Etiopía y Somalia la ausencia de precipitaciones es grave desde hace más de un año y, en su caso, el panorama es mucho más dramático que en los países desarrollados porque puede conducir directamente a la hambruna y a la muerte.

Las piedras del hambre. (EFE)

Royé destaca que estamos asistiendo a lo que técnicamente se conoce como «evento compuesto», cuando simultáneamente o de forma consecutiva un territorio sufre fenómenos extremos como olas de calor y falta de precipitaciones. «La sequía en sí misma no tiene que ver siempre con el calor, pero cuando coinciden las dos cosas se pierde mucha más agua, a la vez que los ríos no se alimentan», afirma. El efecto se multiplica: es un problema que «viene muy despacio y también se va de forma muy lenta», ya que no se soluciona con episodios puntuales de precipitaciones, por muy intensas que sean. Los suelos resecos, explica, se llenan de aire y esto provoca que cuando finalmente aparece la lluvia tarde más en filtrarse. Este mecanismo también incrementa la posibilidad de que se produzcan inundaciones posteriormente, justo en lugares que han padecido grandes sequías.

Explicaciones y dudas

¿Por qué coinciden calor y sequías en gran parte del mundo? «En los últimos años hay una alteración muy marcada en la circulación atmosférica en latitudes templadas, pero en particular este año vemos un punto de inflexión, porque el patrón de bloqueo de las precipitaciones de manera prolongada es generalizado», destaca en declaraciones a Teknautas José Miguel Viñas, divulgador científico y meteorólogo de Meteored. Las olas de calor agudizan la situación y, en conjunto, «encaja en el marco de calentamiento global en el que estamos».

No obstante, a los expertos les llama la atención «la magnitud de estos fenómenos en estos últimos meses«, ya que «no tenemos referencias de nada parecido», apunta Viñas. Las sequías pueden ocurrir de forma aislada en cualquier momento y en casi cualquier lugar, «pero que estas situaciones se encadenen y se prolonguen tantos meses es algo que hay que estudiar, y probablemente la clave está en el cambio de la circulación atmosférica», añade.

El fenómeno de ‘La Niña’ (contrario a ‘El Niño’, más conocido), que altera periódicamente las condiciones del océano Pacífico y provoca cambios en la circulación atmosférica tropical, suele provocar sequía en algunas zonas del mundo. En particular, la falta de precipitaciones en el Cuerno de África o en algunos países de Sudamérica podría tener relación con este episodio, que esta vez se está prolongado más de lo habitual, desde septiembre de 2020. Sin embargo, ni Europa ni China se ven influidas, así que esta explicación no serviría para todos los continentes.

El descenso del régimen fluvial por amplias y variadas zonas del planeta tampoco es habitual. «Da la sensación de que está desapareciendo el agua», bromea Viñas. Sin embargo, este fenómeno tiene una clara explicación física: «Con el aire tan sobrecalentado, hay mucha mayor presencia de vapor de agua en la parte baja de la atmósfera, que está más cargada de humedad en muchas zonas del mundo a costa de la evaporación que se produce por las sequías«, comenta. En definitiva, hay más agua en forma gaseosa que discurriendo por los ríos. ¿Cuál puede ser la consecuencia? A veces, la aparición de lluvias torrenciales. Es el peligro que potencialmente tendrá en otoño el Mediterráneo, aunque no es seguro que ocurra, porque tienen que coincidir varios factores.

2022: una excepción que marca tendencia

Una investigación publicada esta semana en ‘Communications Earth & Environment’, una revista del Grupo Nature, explica que las olas de calor van a ser más frecuentes a medida que avance el siglo XXI. Científicos de las universidades de Harvard y Washington, en EEUU, realizan proyecciones sobre las emisiones de CO2 y, a partir de ahí, calculan que las regiones tropicales alcanzarán temperaturas muy peligrosas para la salud humana. Al mismo tiempo, zonas templadas como Europa se verán azotadas por episodios cada vez más extremos.

Aunque en el pasado las olas de calor también han existido como fenómenos puntuales, los datos evidencian que el cambio climático es la razón de que se estén incrementando vertiginosamente. El pasado mes de junio, un trabajo publicado en ‘Environmental Research: Climate’ analizaba 35 de estos episodios ocurridos en todo el planeta durante 20 años (2000-2020). Los autores realizan una exhaustiva revisión de datos y estiman que estos fenómenos extremos podrían haber provocado 157.000 muertes. Además, destacan que no solo son más habituales, sino que también tienden a durar más y a tener una mayor intensidad. El estudio muestra una relación directa entre el aumento de las temperaturas y el cambio climático. En cambio, indica que hay menos evidencia para relacionar otros fenómenos, como las sequías o las lluvias intensas.

Los expertos coinciden en que 2022 es un año anómalo en la historia, pero que está marcando ya la tendencia del futuro. ¿Qué quiere decir esto? Hace unas semanas, llamaron mucho la atención unas declaraciones de Fernando Valladares, ecólogo del CSIC: «Este verano probablemente sea el más fresco de lo que nos quede de vida», afirmó en TVE. Aunque sus palabras expresan muy bien la idea que quería transmitir, no hay que tomarlas al pie de la letra. «Tener veranos tan cálidos va a dejar de ser excepcional, pero que ahora se hayan batido récords en distintas zonas de la Tierra es una singularidad. Es decir, que estadísticamente es poco probable que el año que viene se repita esta situación, pero también es poco probable que pase mucho tiempo hasta que vuelva a suceder. Lo más normal es que dentro de dos, tres o cinco años asistamos a algo similar. Por eso hablamos de que este año marca la tendencia», comenta Viñas.

En cualquier caso, los especialistas en cambio climático ya están tomando nota, porque el escenario al que estamos asistiendo no estaba previsto para tan pronto. “Los modelos lo situaban más bien hacia mitad de siglo, así que estamos viviendo ya fenómenos extremos que se están adelantando unos 20 años», advierte el meteorólogo.

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