En la inmensidad silenciosa de los ríos Paraguay y Paraná, donde el viento lleva historias y las aguas arrastran anhelos, existe un joven profesional cuya vida transcurre entre sabores, melodías y meses enteros lejos de casa. Su nombre es Justo Riveros, Maestro Cocinero a bordo de embarcaciones fluviales de la compañía Petrosan – Mercopar, del grupo Navios South America Logistic.

Un hombre sencillo, de mirada noble, que aprendió a convertir la nostalgia en arte y el sacrificio en inspiración.
Cada amanecer, mientras el sol asoma sobre la proa, Justo se ajusta el uniforme de chef y se dirige a una cocina que se mueve al ritmo del río. Allí, con una mezcla de humildad y pasión que parece heredada de generaciones de trabajadores del agua, prepara platos que buscan algo más que alimentar a sus compañeros: pretenden abrazar el alma de cada tripulante, esos hombres que pasan semanas, incluso meses, sin ver el rostro de quienes aman.
Porque Justo sabe lo que pesa la distancia.
Sabe lo que duele.
Y sabe también que un buen plato —como una buena canción— puede ser alivio, compañía y puente hacia casa.
El músico que cocina, o el cocinero que canta
La historia de Justo no nace en una cocina, sino en una casa donde la música era parte del aire que se respiraba. Su padre y sus hermanos, todos músicos, enseñaron a Justo a sentir cada nota, a dejar que las canciones digan lo que las palabras muchas veces callan.
Por eso, entre cuchillos y ollas, siempre hay un lugar para su guitarra. Esa guitarra que jamás falta en su equipaje, junto a las maletas cargadas de sueños, responsabilidades y un último abrazo apretado de su esposa y sus hijos antes de embarcar.
En los largos viajes fluviales, cuando la jornada termina y la quietud invade la cubierta, Justo toma su guitarra, acaricia las cuerdas, cierra los ojos y canta. Canta para sus compañeros, que hallan en él un alivio al cansancio.

Pero sobre todo canta para su familia, para conectar con ellos a través del sonido, para enviarles un mensaje que solo el corazón entiende: “Estoy lejos, pero sigo con ustedes”.
Una canción para quienes pasan la Navidad lejos
Hace unos años, Justo decidió entrar a un estudio de grabación y plasmar un sentimiento que él conoce muy bien, pero que miles de navegantes llevan clavado en el pecho: la tristeza de pasar la Navidad lejos de los suyos.
Eligió una canción emblemática: “Triste Navidad” del grupo Los Fugitivos, lanzada en 1993, un tema que se volvió himno para quienes deben trabajar mientras el mundo celebra en familia.
Justo la interpretó con tanta honestidad, con tanta emoción cruda, que quienes la escuchan no pueden evitar sentir un nudo en la garganta.
Porque cuando Justo canta:
“Por primera vez, me pasó triste Navidad
Porque ausente estoy de mis amigos y de mi hogar…”
…su voz no solo cuenta una historia: abre una herida que muchos conocen pero pocos se animan a describir.
No canta solo por él. Canta por el capitán que extraña a su madre enferma.
Por el marinero que no verá el brillo del arbolito con sus hijos.
Por el maquinista que escucha campanas en la distancia mientras su corazón late en otro puerto.
Canta por todos.
Ser navegante: un sacrificio que casi nadie ve
La vida a bordo es un mundo paralelo, desconocido para quienes viven en tierra firme. Allí, los días parecen repetirse, y las noches se hacen más largas cuando la nostalgia golpea fuerte. Las fiestas, los cumpleaños, los primeros pasos de los hijos, los logros, las despedidas… tantas cosas suceden mientras ellos navegan para que el país no se detenga.
Justo entiende ese sacrificio como pocos. Tal vez por eso, cuando cocina, cuando canta, cuando toma aire mirando el horizonte, lo hace con la convicción de que cada acto suyo debe aliviar el peso de quienes comparten con él la travesía.
No hay receta para sanar la ausencia, pero él intenta cada día estar más cerca de lograrlo.
Un hombre, un río, una guitarra, un sueño
Justo Riveros es más que un cocinero.
Más que un músico.
Más que un trabajador del río.
Es un hombre que aprendió a poner amor donde otros ven rutina.
A poner música donde otros solo escuchan motores.
A poner esperanza donde otros sienten soledad.
Cuando su guitarra suena en la cubierta, el río parece detenerse un instante. Los tripulantes cierran los ojos. Y Justo, con cada acorde, les recuerda que aunque estén lejos de casa, no están solos.
En esta Navidad, mientras muchos abrazarán a sus seres queridos alrededor de una mesa, alguien en medio del río Paraguay o Paraná también estará encendiendo una pequeña luz en su corazón: un joven cocinero que canta para no olvidar que el amor —como la música— siempre encuentra la manera de llegar.
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