Cada 1 de mayo, el mundo entero conmemora el Día del Trabajador, una fecha que recuerda las luchas históricas por los derechos laborales y la dignidad en el empleo. Desde los mártires de Chicago en 1886 hasta las reivindicaciones actuales, esta jornada es tanto una celebración como una reflexión crítica sobre el presente y futuro del trabajo.

En Paraguay, esta fecha nos encuentra con realidades que duelen y desafíos que deben ser enfrentados. A pesar del esfuerzo cotidiano de millones de trabajadores, las cifras revelan una fuerte desigualdad: solo 200.000 paraguayos ganan más de 9 millones de guaraníes mensuales, mientras que 500.000 sobreviven como jornaleros, sin alcanzar siquiera el salario mínimo. Otros 400.000 ganan entre el salario mínimo y el salario mínimo y medio.
La informalidad sigue siendo uno de los mayores obstáculos. Ocho de cada diez jóvenes acceden a su primer empleo en condiciones informales, sin seguridad social ni derechos garantizados. Además, 106.181 personas se encuentran en situación de subocupación, de las cuales el 61,3% son mujeres, evidenciando una brecha de género persistente en el acceso a oportunidades laborales dignas.
El mercado laboral está altamente fragmentado: 600.000 paraguayos trabajan en microempresas de 2 a 5 empleados, mientras que apenas 62.000 lo hacen en grandes empresas con más de 500 trabajadores. A esto se suman los estigmas que aún pesan sobre ciertos sectores de la población, como los adultos mayores de 45 años, las mujeres jóvenes, las madres con hijos pequeños o quienes viven lejos de los centros urbanos, a quienes frecuentemente se les niega una oportunidad laboral justa.
En cifras, el Paraguay actual cuenta con 1.224.000 asalariados del sector privado, 279.000 empleados públicos y 171.000 empleadores. Todos ellos conforman el tejido productivo de una nación que se sostiene, sobre todo, en el esfuerzo diario de su gente.
El paraguayo se esfuerza, trabaja y se sacrifica, muchas veces sin reconocimiento, por amor a su familia. El Día del Trabajador debe servir no solo para conmemorar, sino también para exigir condiciones laborales más justas, inclusivas y humanas. Porque trabajar con dignidad no es un privilegio: es un derecho fundamental.